Sentimiento que se produce en uno por observar las acciones vergonzosas de otra persona.
Esto de lo ajeno termina a veces en tomártelo a cachondeo cuando pasa el tiempo, pero cuando estamos hablando de un acto de homenaje a las víctimas de un atentado terrorista no sabes como tratarlo. Ridículo sería lo más leve, bajeza moral, dicho de manera suave, el otro extremo.
Por ejemplo. El día de la Virgen de la Paloma (15 de agosto) una periodista de Tele Madrid tras ofrecer imágenes en contrapicado del arrobo visual de la presidenta ante la imagen, se dedicó a recorrer el templo diciendo que después de todo lo pasado, pandemia, Filomena y ¡el apagón de los escaparates de la Gran Vía! Madrid era capaz de resistir gracias a la protección de la divinidad. Esto es ridículo y, cierto, produce vergüenza ajena.
Y ahora lo de las Ramblas. Hace cinco años, el 27 de agosto, diez días después del atentado, se convocó una manifestación de repulsa al terrorismo y la violencia en general en la que estuvo el rey. He repasado lo que escribí aquel día y que se puede ver en en este blog «Crónica de una manifestación». Ya entonces el independentismo aprovechó la coyuntura para sacar a pasear un pandemonium inconexo de consignas, deseando la muerte del Borbón a gritos, lo de queremos la verdad, tráfico de armas. financiación de ISIS, exhibición de esteladas por llamamiento de la ANC, en fin… Y mucho grito y mucho abucheo… Ni que decir tiene que hubo muchísima gente que sabía a lo que iba y cómo debía comportarse.
Cinco años después una cincuentena de independentistas enarbolando DIN-A4 revientan el acto. Dos personas llaman especialmente la atención, la expresidenta del Parlament Laura Borràs y un señor mayor con guitarra a la espalda que parecía, y digo parecía, lo que antiguamente se llamaba el jefe de claca. Vamos con la primera, que ya veremos que deciden los jueces sobre lo de los «trapis», aunque ya sabemos de antemano que será una sentencia política y ella una víctima de la libertad y todas esas cosas. Pone un clavel y luego se va a darse un baño de «multitudes» saludando a los que habían reventado el acto y respondiendo a todo micro que se puso por en medio lo de la conspiración del estado español. Usar el acto para promoción personal con lazo amarillo incluido (el único entre todos los que hicieron el homenaje) es bajeza moral. Pero nada que decir, son tantas las de esta mujer y que, por lo visto, no lo considera tal y vive tranquilamente con todo ellas, lo que hace pensar en algún tipo de baremo personal o convicción de acero que le hace ver el mundo como ella quiere, aunque repito, para el resto del mundo, bajeza moral.
El de la guitarra. Ir a un acto así con el instrumento a la espalda implica algunas cosas, o pasabas por allí camino de ir a tocar a algún sitio, o bien es que tu hijo se lo dejó en algún sarao y has ido a buscarlo o… pongan las que se les ocurran. No quisiera equivocarme, pero creo que este es el mismo que en una protesta delante del consulado de Italia por la detención en Cerdeña de Puigdemont, cantó «Bella Ciao» mientras Pilar Rahola brincaba a su alrededor. La canción partisana terminaba siendo modificada con un «catalano, morto per la libertá», escena ridícula. Pues bien parece ser que el dispuesto a montar un concierto en cualquier lado fue el que profirió los gritos rompiendo el minuto de silencio, se enfrentó a los familiares de las víctimas y acabo diciendo que él lo era de España. Bajeza moral.
No se trata sólo de mirar el hecho y a los cincuenta que inasequibles al desaliento siguen pensando en una conspiración de siglos contra Cataluña y que el mundo les mira (la verdad, mejor que no fuera así este día, vergüenza ajena). Hay que mirar y analizar porque se produce esto, que responsabilidad tienen los partidos, organizaciones, medios que alientan sin rubor y con ambigüedades . Cómo personajes pueden llegar a alcanzar puestos de responsabilidad cuando su naturaleza es absolutamente irresponsable, cosa que a veces les lleva a hacer el ridículo y otras a comportarse con bajeza moral y siempre, siempre, produciendo vergüenza ajena.