Asombro

Hubo un tiempo en que se decía que los buenos españoles eran los que saludaban brazo en alto y llevaban sombrero. Lo primero era una evidente identificación con los movimientos fascistas imperantes en Europa y lo otro una hábil campaña de publicidad organizada por una sombrerería, su lema «Los rojos no llevaban sombrero». La campaña terminó y lo del brazo en alto pasó de ser saludo fascista a tradicional saludo ibero cuando los aliados empezaron a torcer la guerra a su favor. Pero lo de los «buenos españoles» ha vuelto a resonar en Colón. Cómo es lógico pensar los que había allí eran esos «buenos» y los que no estábamos o pensamos que ir ahí no iba con nosotros, los «malos». Da igual familia, formación, profesión, avatares , relaciones, asociaciones, gustos personales, cantantes favoritos… Sólo hay buenos y malos españoles, o conmigo o contra mía. O piensas cómo hay que pensar o no sólo estás equivocado, eres malo. Y no se acaba sólo en lo español porque algunos también somos malos catalanes. Incluso se entregan premios desde el independentismo al «botifler»(traidor) del año, se hacen listas condenatorias, se quiere señalar las tiendas patrióticas o subir a hablar con el vecino porque no tiene estelada en el balcón. La patria no perdona la heterogeneidad.

La presencia de la extrema derecha es preocupante en sí y un síntoma de que en nuestra sociedad, y no sólo la española, está sucediendo algo. Paso a la historia. La IIª República tenía tres bloques diferenciados, la izquierda, encabezada por el PSOE y un republicanismo progresista potente, la derecha reorganizada entorno a la CEDA y el Partido Radical de Lerroux que formó parte del primer bienio y luego se inclinó a la derecha. Pues bien ese partido que, al margen de una lectura más profunda, representaba el centro y tenía un electorado bastante estable, se vino abajo por el peso de la corrupción. Resultado, una política española absolutamente polarizada entre derecha y extrema derecha (dentro de la CEDA que tenía veleidades cómo saludar brazo en alto y saludar a Gil Robles al grito de ¡Jefe! ¡Jefe!) y la izquierda, mucha de ella ya encandilada por los cantos de sirena de la URSS.

Con ser esto ya motivo de preocupación algo ha sucedido en la Asamblea de Madrid en la investidura de Díaz Ayuso. Los de Historia trabajamos con hechos probados no con futuros, sin embargo, una de nuestras tareas es hacer historia comparada. Y aunque personalmente estoy muy alejado de las teorías cíclicas o de fórmulas que auguran futuros determinados que se cumplirán de manera inexorable, la historia rima y determinadas situaciones hacen que los que sepamos un poco de algunos temas de manera casi involuntaria los relacionemos.

Al leer el término «corrupción» por asociación de ideas aparece el PP ¿Estoy diciendo que el PP es el Partido Radical? No. Sin embargo su desaparición podría dejar a la extrema derecha como único referente para sus votantes. Todo esto al margen de la derechización extrema que están sufriendo algunos dirigentes conservadores y ahora iré con ello (cosa que sucedió en la CEDA, por cierto)

Más Historia. Cuenta Sebastián Haffner en «Historia de un alemán» que un diputado socialdemócrata para tratar de congraciarse, o algo así, con los nazis dijo algo cómo «al fin y al cabo también lleváis el término socialista cómo nosotros» Esto no condena en absoluto al SPD que votó en contra de los poderes absolutos a Hitler. Otto Wels, líder de los socialdemócratas entre gritos y amenazas de las camisas pardas de las SA y los uniformes negros de la SS, se pronunció sin ambages contra Hitler siendo el único grupo en oponerse.

Esta historia me vino a la memoria cuando Rocío Monasterio, ese remedo de Pilar Primo de Rivera y señora Goebbels (Magda Richtsel) después de lanzar exabruptos racistas fue saludada por Isabel Dáiz Ayuso cómo víctima del extremismo de izquierda. A mi me sonó, salvando las distancias, a ese «estamos muy cerca», a «yo soy tan de los tuyos cómo tú». Conociendo a Díaz Ayuso, «vete apartando que vengo».

Pero no terminó ahí la cosa y ante la expulsión de una diputada de «Podemos» y la no rectificación de sus palabras, Rocío Monasterio totalmente extasiada dijo que había conseguido echar a Pablo Iglesias de la SER y conseguiría que expulsaran a la izquierda del parlamento. A esto añádase el desprecio con el que Díaz Ayuso se dirige a la oposición sin mirarles a la cara y hasta sin nombrarlos y la recuperación del nacional-catolicismo en su diatriba contra la ley de eutanasia y el aborto (a estas alturas) … Sólo hay sitio para los buenos españoles. De nuevo una imagen vino a mi mente, el incendio del Reichstag.

Exagerado, pensarán algunos, historia comparada, digo yo, que no significa repetición. Aunque si la Historia ha de servir de algo, lo de ayer no es una anécdota. Porque muchas cosas que en su momento se vivieron así, cómo anecdóticas, hoy se estudian en los libros como causas de algo peor. Las palabras no son sólo palabras, las palabras, aunque parezca absurdo decirlo, están cargadas de significados. Las palabras pueden herir, sanar, condenar, apaciguar y cuando uno las escoge es porque es su forma de ver y entender el mundo y ayer, en Madrid, no por esperado, desgraciadamente, lo dicho no ha de dejar indiferente a nadie, porque la indiferencia es la falta de valores y, por lo tanto, la ausencia de criterio y, lo que es peor, el abandonado de lo que nos hace humanos. En las palabras de Rocío Monasterio contra Mbaye hay odio al diferente, pero no sólo racialmente sino en todo los aspectos porque le acusó de algo muy humano, querer sobrevivir.

Reconozco mi pesimismo y la permanente asociación de hechos que me retrotraen a las décadas más oscuras del siglo XX. Nuestra capacidad de sorpresa ya no tiene límites pero sí que hay cosas que si te las dicen responden «eso no puede pasar, es imposible». Hubo un tiempo en que si me hubieran dicho que vería desaparecer la URSS, hubiera respondido eso. Si me hubieran dicho que vería desaparecer Yugoslavia en medio de una guerra civil en la Europa de la UE, que vería una pandemia cómo la que asoló al mundo a partir de 1918, quizás, estoy seguro, hubiera respondido aquello. Espero y deseo que mi capacidad de asombro haya terminado aquí

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