Un historiador no deja de ser un observador de la realidad y, de vez en cuando, alguno piensa que lo que tiene en sus manos no es una simple crónica, sin menospreciar por supuesto el género, sino una herramienta de transformación. Una herramienta que parte del análisis, la ordenación y la interpretación de los hechos proyectando a futuro el conocimiento que ha de servir para hacer mejor la sociedad. Y para ello hay que comprender, siempre me remito al maestro Hobswamn, lo bueno y lo malo, que, parafraseo de nuevo al maestro, no significa perdonar. La formación marxista es evidente en mi manera de entender la historia y por ello analizo y busco constantes y variables y verlas en la vida cotidiana de las personas, en el mundo de la realidad tratando de comprenderla y mejorarla. Hago esta previa porque lo que voy a explicar es una percepción personal desde mis raíces intelectuales.
Ayer vi algo espeluznante, la ejecución de una mujer por parte de una horda y televisada en directo. No quiero describir la escena pero entra dentro de lo que el imaginario colectivo compararía con las épocas más violentas de la humanidad siempre relacionadas con la ignorancia y el pasado y que consideramos olvidadas pero que nos recuerda una y otra vez que el ser humano es capaz de hacer lo mejor y lo peor… lo infinitamente peor.
Vivimos una época convulsa, nada nuevo, pero no igual, la historia no se repite, no es cíclica, sin embargo, la historia comparada y el conocimiento de modelos anteriores nos han de servir para advertir de cuáles son los caminos que puede seguir la situación actual.
Es un momento de gran debilidad de la democracia y de crisis de las ideologías generadas por la Ilustración, por lo tanto, de la razón y eso sólo significa una cosa, el dominio de la irracionalidad en forma de fanatismo religioso, de soluciones imposibles, incluso de populismos sin fundamento. Históricamente la debilidad de la razón sólo ha traído desgracias y hoy el panorama no es mejor, el miedo se apodera de la sociedad, el fanatismo es justificación para todo y la magia se apodera de la política en forma de algo que no se sabe lo que es. Se prometen Ítacas, se invoca a Dios, se ningunea el pasado y, por tanto, el conocimiento… Cuando la irracionalidad impera, el ser humano busca en el grupo la seguridad que le falta, un grupo dirigido por alguien que le tranquilice y reconforte y en el que se pone la fe y esa seguridad si no está anclada en la razón lo está en todo lo contrario y cuya plasmación visual y lingüística resulta fácil porque nada lo sustenta. No hay nada más sencillo y encorajinador que un discurso vacío… Nada que invite al optimismo.
Pero soy de Historia y sólo puedo proyectar el presente sobre el futuro conociendo el pasado. Mañana todo puede cambiar y espero que cambie. Sigo pensando que hay que recuperar los valores de la Ilustración, los que garantizan la educación, la libertad y el progreso de toda, y repito, toda la humanidad, sólo de esa manera aquella idea de que se despejen las brumas e imperen los valores de la racionalidad tendrá sentido, aunque, a veces, el ser humano parece querer lo contrario