Voy a escribir sobre un tema que no es nada baladí y que ya propuse en mi último escrito sobre “La casta”: el lenguaje.
Y no se trata de gramática ni fonética, sino de cómo el lenguaje es el responsable de las representaciones colectivas y como se ejerce la hegemonía cultural y, por lo tanto, ideológica, desde algo tan “inocente” como el vocabulario. Y la cosa viene de antiguo. Muchos filósofos se ocuparon del lenguaje y su realidad. Los universales, las ideas abstractas,… En resumen de como los conceptos generalizan anulando lo particular. El más radical de todos, Nietzsche decía que el lenguaje es un conjunto de sonidos que nada tienen que ver con la realidad y describe de manera global liquidando las diferencias y por lo tanto incapaz de describir la verdad, el relativismo al poder.
Después de esta pequeña introducción filosófica que daría para mucho más me centraré en el asunto de las representaciones colectivas o dicho más directamente de como la derecha va ganando el combate de las palabras (y digo va ganando porque como Marx pienso que el ser humano todo lo puede y que nos reharemos dando la batalla, no sé si final pero la daremos)
Comenzaré invirtiendo el orden de factores, la izquierda va perdiendo el combate de las palabras y mi diagnóstico es que simplemente ha abandonado su propio lenguaje. Represente la realidad o no (Nietzsche dixit) una ideología que pretende ser hegemónica ha de utilizar su propia terminología, que sea capaz de explicar el mundo y no caer en el imaginario del contrario que no hace otra cosa que explicar y “hegemonizar” el suyo. Y esto es lo que hemos hecho, usar el lenguaje del adversario en una reducción al absurdo de tal manera que no sólo no distinguimos entre uno y otro sino que nadie nos distingue, da igual que el que hable sea de derechas o de izquierda porque al final todo se reduce a la misma palabra, y, aunque se matice, no deja de ser percibido como un cambio cosmético. Víctor Klemperer, un escritor y filólogo alemán explicó que los alemanes hicieron propio el lenguaje de los nazis a través de expresiones acríticas utilizadas en la vida cotidiana y no repitiendo discursos del Fhürer.
Vamos con ejemplos de esta cotidianidad que nos priva del relato de izquierdas y que fortalece a la derecha. “Es de sentido común” expresión repetida como mantra totalmente desprovista, aparentemente, de ideología, aquí ya no se hacen las cosas por una determinada adscripción política sino que sólo hay una manera fundamentada en el dogma de la razón. Unas emparentada con lo de “casta”, “privilegios”. Término medieval que sustituye a “derechos” ganados y negociados. Los funcionarios tienen privilegios, los maestros tiene privilegios y los médicos también. Conclusión, pequeñas castas (y este término azuzado por la derecha) que reciben estos privilegios gracias a los grandes conseguidores de estos, los sindicatos. Sigamos. “Libertad” igualado a “seguridad” (desde el 11S). Los sueldos no bajan, “remontan suavemente”. “Regularización de activos ocultos”, amnistía fiscal. Por ir más allá “políticas como Dios manda”, toma dogma indiscutible. “Tercera vía” como si fuera una alternativa a las dos grandes “religiones” del momento, el federalismo, que es como se llama, no es una vía alternativa y secundaria, es una realidad igual de potente o más que las otras. Las becas se reducen porque generan parasitismo, esos vagos estudiantes venidos del lumpen que osan echarse en los prados universitarios. “Inversión en infraestructuras”, “gasto en educación” “gasto sanitario” ¿está clara la diferencia? “Sanidad gratuita” aunque la paguemos entre todos cada mes. “La confianza de los mercados”, expresión sin comentario… Incluso fenómenos como la de la instalación y desinstalación rápida de términos, ¿dónde está la “prima de riesgo” que marcó nuestra vida”? Este es su terreno y el imaginario instalado que ha conseguido imponer la idea de derroche (España en la época de mayor gasto sanitario dedicaba el 16% del PIB y en dependencia el 0’6%) y de grupos privilegiados (siempre de las clases populares) auspiciados por sindicatos. Por no hablar de la demonización de parados incluso de amas de casa y amos de casa (un millón nada menos) que se apuntan al paro para cobrar un subsidio.
Y terminaré de forma clásica. Nos da vergüenza usar nuestro lenguaje porque resulta “rancio”. Esta expresión usada por la derecha es lanzada de forma despectiva al mismo tiempo que se apropian de los hitos de la lucha por los derechos. La revolución francesa fue suya, las cortes de Cádiz, cualquier hecho en el que puedan apuntarse algo (con lo que no tienen nada que ver)
Pues bien, Marx es rancio, Adam Smith no. El socialismo es rancio, el capitalismo no. “Clase social” es rancio, “familia” (la suya, claro) no. “Ideología” es rancio, “pensamiento liberal”, no. Y así podríamos seguir. Y luego cosas tan curiosas como que todos los de izquierda somos responsables de Corea del Norte, en cambio el capitalismo no es responsable de la pobreza infantil ni del drama de Lampedusa.
En una entrevista un exministro de Thacher (una de las que dijo que las clases sociales no existían, sólo había individuos y familias extigmatizando con el fundamental apoyo del laborismo a las clases populares) al ser preguntado sobre el desuso del término clase social dijo que no era así, que las clases sociales existían, es más, que la lucha de clases existía y que, además, la habían ganado.
Y el próximo día hablaremos de “El Álamo”