Claudio Abbado

He tardado en escribir algo sobre Claudio Abbado cuya muerte nos sorprendió hace unos días. Y he tardado porque quería dejar distancia y pensar en todo los bueno que ese hombre nos ha legado. Músico, ante todo, y director de orquesta su presencia ha acompañado a todos los que amamos la música clásica y para los que nos sentimos fascinados por esa profesión que es la del único de la orquesta que no toca un instrumento pero que hace que todo suene y todo fluya.

Claudio Abbado ha estado siempre presente desde que tengo uso de razón musical. Guardo como un tesoro uno de los primero discos que compré cuando tenía trece o catorce años, una 6 de Tchaikovsky con él al frente de la Filarmónica de Viena tras una carátula de Kandinsky. Aún recuerdo la sensación de aquella poderosa marcha camino del desolado final. Y después raro era el momento que un Abbado no entraba en mi discoteca. Con él y Marta Argerich descubrí al Prokofiev pianista, que Mendelsshon podía sonar mediterráneo, comprendí a la escuela de Viena y escuché un Ravel para la historia.

Tuve la suerte de verle en acción una vez en Barcelona haciendo la cuarta y la séptima de Beethoven con la Filarmónica de Viena y una obertura Egmont de propina. Uno de esos conciertos que no se olvidan nunca. Además estaba en el órgano, viéndole de frente y pudiendo observar su gesto y dominio.

Cuando me enteré de su muerte busque algo para escuchar y hacerle un íntimo homenaje y terminé por escoger un disco denostado por la crítica, una grabación de una época en que por alguna razón cayó en desgracia frente a la prensa. Las 21 danzas húngaras de Brahms, a mi me gustan, me electrizan y me emocionan, después he ido estos día escuchando las grabaciones que poseo, algunas de hace mucho y que me han hecho retroceder en el tiempo.

Últimamente ha sido la época que más he visto a Abbado por uno de esos canales televisivos que sólo emiten clásica.  Y le he visto mayor, sabio, con un dominio absoluto. Sus conciertos en Lucerna son un hito, esas manos que articulaban la música y dirigiendo hasta con su rostro. He podido escuchar Mahler, Bruckner, Beethoven, un requiem de Mozart terminado con un silencio absoluto del público en un momento que se antoja mágico. Wagner, Strauus,…

Y la ópera, cuantas veces fue mi intriductor en ese mundo, «Carmen» con Plácido y Berganza, «El barbero de Sevilla» con Prey, Alba y Berganza, «Macbeth» y «Simón Bocanegra» de Verdi, ópera, rusa, alemana…

Una gran pérdida que ha dado lugar al mito.

Hasta siempre Claudio. Grande MaestroImagen

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