No es la primera vez que escribo sobre cine, ni tampoco sobre John Ford. Todo el que me conoce sabe que me declaro cinéfilo y que, como todos los de esa especie, tengo mis mitos y manías. Películas que no volvería a ver, no por malas, que las hay muy buenas, pero cuyo contenido o visión me resulta poco placentera. Y películas que volveré a ver cien veces, «Lawrence de Arabia», «En busca del arca perdida», «Ciudadano Kane», «Operación Whisky», «La guerra de las galaxias», «Casablanca», «Ay, Carmela», «Sin perdón», «La lengua de las mariposas»… Y muchas más, todas por un motivo u otro como se puede ver por la mezcla que a alguno le parecerá herética.
Pero tengo un favorito, un irlándes pendenciero amigo del whisky que jamás me decepciona: John Ford. El maestro de maestros, el hombre que no movía la cámara, el director de, como el dijo una vez, películas del oeste. Soy un coleccionista de películas de Ford y no sólo por el gusto de tenerlas sino que las veo una y otra vez y no puedo dejar de experimentar la misma sensación de la primera vez que las vi allá por mi infancia en cines de reestreno o sábados al mediodía delante de la televisión. Me gusta «El caballo de hierro» de los heróicos tiempos del mudo, me impacta «El delator», me encanta el ambiente poético de la trilogía del juez Priest y me angustió con «La patrulla perdida». «La mascota del regimiento», «Doctor Bull», «Prisionero del odio» o el único trabajo con la Hepburn «María Estuardo» de la que se dice que cuando le echaba la bronca a algún actor, alguien le recordaba que él hizo esa película. Todas con el sello inconfundible del genio, del que sólo tenía que encender la cámara, siempre en el lugar adecuado, y que algo pasara ante ella. Soy incondicional del «La diligencia» y su persecución y confieso que me emociono hasta las trancas viendo una de las mejores cargas de caballería de la historia del cine tras escuchar a la chica decir que se oía la trompeta tocando a carga. La misma emoción que en el desfile mejor rodado de la historia, el de «Cuna de héroes». Me parece impresionante «El hombre que mató a Liberty Valance», sigo mirando con sorpresa y angustia el juicio de «Sargento negro», me arrodillo ante «Centauros del desierto» y venero aquella historia irlandesa de «El hombre tranquilo». Soy feliz viendo «La taberna del irlandés» y lanzo el guante como el capitán York cuando el coronel Owen Tardey ordena una carga suicida montados y de a cuatro en un desfiladero en «Ford Apache». «Misión de audaces», «Río Grande», la América de la gran depresión de «Las uvas de la ira» y la tremenda nostalgia de «Que verde era mi valle». «El fugitivo», «Tres padrinos» y ¿quién podría tratar mejor el el asunto de OK corral? hay está «Pasión de los fuertes». Y de nuevo la lágrima en el final de «El ultimo hurra» con un memorable Tracy en la escalera de su casa. La cínica amargura de «Dos cabalgan juntos», de nuevo la caballería en «La legión invencible». La marina en «Escrito bajo el sol» y aquella «Mogambo» en la que la censura española perpetró uno de sus mayores pifias. Incluso veo con deleite el trozo que le tocó rodar en «La conquista del oeste» el de la guerra civil. Y las últimas, el homenaje a los indios de «El gran combate» y «Siete mujeres». Algunas me dejo. no quiero cansar, simplemente decir, vedlas y disfrutad de una de las colecciones de arte más importantes de la historia…. Y no me quiero olvidar de sus actores, Wayne, Maureen O’Hara, Macglaren, Ward Boon, Power, Harry Carey… Para la historia