Alguno me llamará exagerado o incluso iluminado. Cuando uno escribe para el público está expuesto a todo tipo de críticas, constructivas, destructivas, a loas y a exabruptos. Es el peaje de decir lo que uno piensa y que, por supuesto, sólo faltaría, no es dogma de fe.
Después de tres líneas, el título y las fotos se podría decir que juego al despiste, pero no. Es más, quiero ser muy claro y no me importa cabrear a alguien. Porque este es mi oficio, no el de «cabreador» sino el de historiador. No tenemos juramento hipocrático pero todo el que se dedique a esto debería de hacer uno que podríamos llamar «herodotocrático» (por nuestro fundador Herodoto que, cómo todo lo serio, vino de Grecia) y que consiste en no mentir, no decir verdades a medias, ni alegrar los oídos a los que mandan. Hace poco estuve en unas conferencias sobre la Segunda República Española y algunos de los ponentes estaban hablando más para alegrar la vida de los actuales componentes del «govern» de la Generalitat que para los que tratábamos de asistir a una conferencia de Historia. Pero a esto ya le dedicaré otro artículo.
Cuando uno se dedica a esto es difícil que algo le sorprenda porque enseguida lo relaciona con algo sucedido en el pasado. Un millón de años de especie humana deja pocas posibilidades a la total innovación. Y últimamente me está pasando con esta derecha que nos ha tocado en suerte. Porque cómo ya he dicho nada es nuevo, los orígenes, el devenir todo es necesario para entender el presente. Lo diré así aunque suene a filosofía. Pasado, presente y futuro son un único tiempo. Planificamos con una experiencia pasada, para actuar en el presente proyectando a futuro y así continuamente. Pongamos un ejemplo, ¿alguien puede negar la raigambre carlista montserratina del nacionalismo catalán? Vean sus hechos y el futuro que planean para Cataluña y poco habrá que rascar para encontrar una boina roja con borla.
¿Y la derecha española? Pues de guerra y victoria, aplastante, porque no hay otro tipo de victoria. Una victoria donde se recuerde continuamente a los vencidos que lo son y que no merecen ni el aire que respiran. ¿Saben cuanto tiempo ha gobernado, en paz, la izquierda en España durante la etapa contemporánea? Veintiocho años, eso es todo. La primera vez derrotados en la guerra civil, la victoria que se celebró durante cuarenta años y eso marcó de manera indeleble a las generaciones políticas posteriores. A los de izquierda esa especie de romanticismo de tener que salir con una manta por la frontera y teniendo la razón que no la fuerza y, a los de derecha convencidos que el poder es suyo y que cuando se pierde, cualquier medio es bueno para conseguirlo y derrotar, sí, derrotar, al enemigo que osó quitarles lo que les pertenece por derecho ancestral.
Hoy, afortunadamente, no hay generales golpistas, al menos en activo. Pero el lenguaje y las actuaciones de los órganos controlados y bloqueados, porque eso de la ley sólo se ha de cumplir cuando beneficia sólo a unos, actúan minando a un gobierno llamado ilegítimo ¿les suena? El poder es de ellos, lo ganaron en la guerra porque así hubo que actuar para desalojar a los que habían osado ocuparlo sin que les correspondiera. Si España se hunde, que se hunda, ya la levantaremos (¡Arriba España!) Ahora los medios, sus terminales en los órganos judiciales, votaciones absurdas en el Constitucional dando la razón a Vox sobre nada menos cómo actuar en la pandemia. Etarras, bolivarianos, comunistas, pornomarxistas (esta es de traca). Acusaciones de querer acabar con la democracia e imponer una dictadura ¿Saben qué esta fue la razón esgrimida para justificar el golpe del 36? Tesis aún defendida por pseudohistoridores que hace ochenta años hubieran vestido camisa azul y correaje y habrían acudido raudos a la llamada de la Nueva España. Todo vale para derrocar, derrotar, tumbar a los que han usurpado el legítimo poder que corresponde a unos elegidos que cuando andan lo hacen con autoridad porque la tierra que pisan es suya, porque hablan por el sufrido pueblo. El lenguaje se ha convertido en la artillería para acabar con el rojerío y el control sobre algunos órganos en la quinta columna. A las formas y torpedeos durante la pandemia me remito.
Historia comparada. A veces me pregunto que hubiera sido de Europa si Alemania hubiera ganado la guerra. Probablemente la derecha europea hubiera girado en torno a los vencedores pero, afortunadamente la perdieron y la derecha se tuvo que civilizar porque no olvidemos su responsabilidad en aupar al fascismo (otro día hablaremos de eso, ya van dos) Imagino a Francia con Petain victorioso y los chicos de la Milicia Francesa (pro nazis) desfilando por París. Seguramente hoy lo de los Le Pen parecería lo normal.
Desgraciadamente, en España, si sucedió, ganaron la guerra y, por mucho que digan, cuando son ellos los que la recuerdan continuamente con actos y hechos, han de pasar muchas generaciones para que eso pierda fuerza y no digo desaparezca porque el pasado siempre nos visita. La última guerra carlista terminó en 1876, levantaron cabeza, y de qué manera, en el 1936. Escuchen a Torra o Puigdemont, compárenlo con el ideario y las formas y ya me dirán. Por lo tanto, ¿qué esperar de Casado, Abascal y los que antes que ellos estuvieron o les precederán? Ellos ganaron la guerra, nosotros la perdimos.