¿Para qué sirve la Historia? No seré fino en la respuesta, para no cagarla. Pero ya sabemos que eso no es así. Las meteduras de pata del ser humano son continuas y, como decía Marx, la primera vez es una tragedia y la segunda una farsa.
Dicen las encuestas que la extrema derecha avanza de nuevo imparable. Por aquí estábamos muy tranquilos mientras la cosa fuera en el este, ya se sabe que esa gente que ha visto innumerables cambios de frontera hacen cosas raras, o en el norte, algo más preocupante por la fría racionalidad que dicen destilar allá por Escandinavia, Holanda, Bélgica. Pongamos por ejemplo Finlandia donde la socialdemocracia se impuesto por 6000 votos a la extrema derecha representada por «Verdaderos finlandeses», lo cual significa que los que no les votan son los falsos finlandeses. Ojo un mensaje que en esta campaña española o se dice directamente o, si no, a los que no votamos lo que hay que votar, nos dicen que somos cómplices de terroristas y, por supuesto, deseamos la desaparición de España.
Lo de Finlandia es preocupante porque nos dicen que su modelo educativo es el mejor, cosa que, por otra parte, siempre he puesto en duda por razones que ahora no vienen al caso. Pero que sirve para ilustrar que lo de la educación no vacuna contra el virus, porque supongo que los que han votado extrema derecha no son nada ignorantes. Ya decía Platón que eso de la excelencia ni se enseña ni se hereda porque si se pudiera aprender en la escuela lo haríamos y si pasara de padres a hijos la sociedad estaría hace años dividida en dos.
Europa parece avanzar de nuevo al encuentro de sus fantasmas. El continente más autodestructivo, en guerra desde la caída del imperio romano hasta el advenimiento de la UE ve renacer movimientos que por mucho que se diga, no son políticos, son otra cosa. La antítesis de lo racional y no diré de lo humano porque el fascismo lo es. Es visceral, sentimental, la exaltación del individualismo que desemboca inevitablemente en la acentuación de la diferencia agrupándose en grupos con elementos comunes que desprecian al que no los comparte, la fuerza como argumento, esa chulería, el «tú no sabes con quién estás hablando», el vitalismo mal entendido, el amor desmedido al terruño y sobre todo, muy sencillo de explicar porque resuelve las cosas de esa manera, a golpes.
Europa y el mundo ya vivió este auge de esta forma de ver el mundo y actuar sobre él. De nuevo asoma, no hemos aprendido nada, por mucho que se nos haya avisado durante siglos planteando alternativos al uso de la sociedad como si de una jungla se tratase. Y aprovechando los resortes que la democracia les ofrece y amparándose en la libertad de expresión ahí están. A lo mejor habría que plantearse si la democracia tendría que ser militante y poner límites en vista de las consecuencias históricas de semejantes disparates, porque no estamos hablando de cualquier cosa sino de las mayores desgracias de la humanidad. Y es que, más allá de que se llame fascismo o no, las actitudes antes enumeradas han existido siempre y, existirán.