Cada año nos sorprende una noticia de estas, algunas inesperadas como la de Robin Williams otras con sorpresa, muchos preguntaron si Lauren Bacall no había muerto ya. Son noticias que llenan de nostalgia porque sus personajes forman parte de nuestra mitología, de esa mística del siglo pasado llamada cine y que hoy a base de efectos y ordenadores sigue produciendo sus historias y sus mitos, que los son y serán de nuestra gente joven cuando ya no lo sean tanto. Ya se ha explicado abundantemente la biografía de ambos así que poco más se puede decir salvo describir sensaciones personales. Empezaré por él. Siempre pensé que nos perdíamos algo en el doblaje sobre todo viéndole agarrado al micro en Vietnam o imitando a Marlon Brando o cómo haría John Wayne de Macbeth en «El club de los poetas muertos». Siempre he pensado que era buena persona, que con esa cara no se podía ser otra cosa pero también, y no por lo que ha pasado, con un punto de tristeza. Reconozco que no he corrido nunca a ver una película suya pero como a todos, el señor Keating dejó huella imborrable. Quizás por comenzar a dar clases en aquel momento, o por que los profes de humanidades son los majos de las pelis. Me encanta cuando dice que el método para medir poemas es un excremento. Hay un personaje que siempre me ha gustado y que refleja lo que me pasaba con Williams, uno de sus alumnos, el que escribe el poema del gato, que parece que pasa de él pero al final se sube en la mesa, no me gusta como lo haces pero te agradezco que lo hayas hecho.
Y Lauren Bacall, que decir de una diosa inaccesible, de gesto de hielo, de fuerza, con mirada felina y con carácter. Sobre ella una anécdota. Mi mujer y yo nos la encontramos en una librería de Roma, rápidamente comparamos una pequeña libreta y nos acercamos a que nos firmara un autógrafo. Mi mujer le acercó el bolígrafo y le dijo «please Madame Bacall». Nos clavó su mirada felina y nos dijo «Miss Bacall», era la señorita Bacall. Cogió la libreta y nos firmó. Genio y figura. Y gracias por enseñarnos a silbar.